Y a veces tiene la mala fortuna de elegir expresiones fáciles de rebatir. La ocasión lo requiere, y aparece la más manida: "el espíritu de Juanito". Pronto se ha desatado la réplica, -y esta vez no ha sido solo de los más puristas-, señalando al juego. Pues claro, si el Madrid no juega bien, la historia es imposible. Esto lo sabe cualquier madridista, e incluso, muchos de ellos, saben que lo han de hacer a un nivel que todavía no han visto este año. Por eso la crítica peyorativa hacia una expresión que es blanco fácil -para unos y para otros-, toma dirección hacia lo insignificante. Porque en realidad, el espíritu de Juanito no habla de ganar.
La prueba es que Juanito nunca levantó la orejona. Me di cuenta cuando terminó "la hostia" -como yo la bauticé cuando Bjorn Kuipers pitó el final el miércoles pasado y el rótulo decía que 4-1-, y miré a mi padre, que se estaba medio riendo. Inmediatamente le pregunté "macho, ¿de qué te ríes?", y con ese gesto enloquecido que solo dibuja con un partido del Real, me contestó "les vamos a machacar". Mi padre es madridista, y no ha nombrado a Juanito ni una vez esta semana. Le gusta Mourinho, es más exigente que la media con el uso de la cantera, y cuando va al campo se queda hasta que el partido termina. Con esto he llegado a la conclusión de que no solo "los toreros" apelan al espíritu Juanito, sino que cualquier madridista se agarra a una idiosincrasia a la que algunos, para regocijo de la oposición, ha puesto nombre.
Probablemente Juanito tuvo la culpa de todo cuando, después de una épica remontada frente al Borussia Mönchengladbach en la Copa de la UEFA 1985/1986, salió del campo dando brincos de alegría. Puntualizo, de una Copa de la UEFA, y puntualizo aún más, en octavos de final. Es decir, el éxito, la victoria, aún quedaba lejos, y encima no era en la dominada Copa de Europa. Porque creo que en realidad, esa expresión, "el espíritu de Juanito", tiene más que ver con la alegría que con la victoria. Con el hecho de lograr algo imposible, de demostrar porqué la casaca blanca es la más grande. Tiene que ver con aprovechar el momento que puede servir para escribir una página de gloria en la historia del escudo. El madridismo no sólo dibuja sonrisas en Cibeles, también lo hace cuando demuestra al mundo que es capaz de hacer lo que tú ni siquiera intentas.
El madridismo es absurdo. Es absurdo porque es capaz de enfadarse con Antic a pesar de ir primeros porque no juegan bien, y luego morir por Capello porque sentían ser capaces de acabar ganando una liga que un gran Barcelona dominaba por ocho puntos. Es absurdo porque le importan menos los buenos momentos, y más los que están por llegar. Es absurdo, como los números de Cristiano, como un gol de Raúl con la espinilla, como Casillas contra el Leverkusen, como vencer a Zidane, Del Piero, Davids y Deschamps, absurdo, como su entorno, como remontar 8 puntos, o como perder una liga porque Sanchís le tira a Buyo un pelotazo desde el medio campo. Es absurdo porque le dan la paliza más inesperada en el momento más esperanzador, y sonríe porque tiene la oportunidad de demostrar qué significa su leyenda. Es absurdo, como ganar cinco copas de Europa seguidas.
El madridismo disfruta de la victoria porque siente que es suya, pero absurdamente su predisposición a conseguirla siempre es superior cuanto más lejana parece. Por eso, en el fondo, no solo depende del éxito, si no en disfrutar de él como ningún otro puede. Creerse el mejor y fallar como consecuencia y ganar después para demostrar que tenían razón. Claro que ganar depende de jugar bien, pero el madridista hoy no solo quiere ganar, quiere hacer algo absurdo. Quizá, gracias a eso, ya hayan hecho cosas imposibles.
"Si una idea no parece absurda de entrada, pocas esperanzas hay para ella". Albert Einstein