Suárez, Neymar y Messi (Foto: Alberto Gea / Reuters) |
Ha sido un viaje que ha ido quemando etapas desde Cruyff hasta Guardiola, pasando por Rijkaard y habiendo alcanzado su clímax con el actual entrenador del Bayern München en el banquillo culé. Llevar a Messi a esa posición de falso 9, para terminar de cerrar un circuito de pases que había logrado su punto álgido con Andrés Iniesta y Xavi Hernández en el césped. Las victorias del Barça, tanto en su enfrentamiento liguero contra el Atlético de Madrid, como el de Riazor ayer frente al Deportivo de la Coruña, obligan a echar la vista atrás para detenerse en una inevitable evolución. Andrés Iniesta y Xavi Hernández no solo han sido dos de los mejores centrocampistas del mundo de su generación, si no que han alcanzado esa merecida condición después de haber sido formados en una escuela muy definida, y haber podido desarrollar todo ese aprendizaje en un estilo que no solo les beneficiaba, si no que les necesitaba. En realidad todo estaba dentro de un mismo círculo que el inevitable paso del tiempo ha ido abriendo.
Leo Messi
El astro argentino explica el porqué. Guardiola decidió sacarle de la banda. Desde allí le acercaría al área, donde su pierna izquierda encontraría una y otra vez la red rival, pero además le incluiría en el circuito de pases, y le permitiría recibir entre los centrocampistas y defensas centrales rivales, y lo haría además, con envíos procedentes de Iniesta y Xavi. La figura de los interiores del Barcelona en los últimos años ha servido para acumular pases en zonas interiores, atraer rivales, desorganizarlos, y era entonces cuando Messi podía recibir en esas posiciones intermedias con el suficiente espacio como para iniciar una carrera vertiginosa que acababa en asistencia, gol, o algo muy cercano a cualquiera de las dos. Luego incluso vendría Cesc Fabregas, de forma que hasta tres cerebros desordenaban al rival a través de la posesión, de jugar juntos y pasarse la pelota cerca. Para lograr aquellas ventajas había que dar un pase extra, volver a una posición retrasada, jugar con un futbolista de espaldas, que devolvía el cuero para que acabase en pies del hombre libre. El Barcelona tenía un ritmo y precisión altísimo en su circulación de balón, pero su progresión a portería rival era lenta. O al menos lo era hasta que la pelota le llegaba en ventaja a Messi, y para que eso sucediera antes había que hacer otras cosas.
Leo Messi, Neymar y Rakitic
En estas últimas semanas, el gran faro ofensivo del Barça sigue siendo Messi, pero la jugada se acelera cuando la pelota llega a posiciones exteriores. Este es el principal cambio con respecto a los últimos años, y es lo que quizá le choca al socio culé. El matiz es que producir a la vez, en las mismas condiciones, a otros Iniesta y Xavi, resulta, por emplear un término realista -aunque se quede algo corto-, dificilísimo. La llegada de Rakitic tropezaba con la fisonomía Barça porque el croata había roto como un futbolista de primer nivel siendo un lanzador, un jugador que se orientaba para recibir robos y lanzaba a Carlos Bacca con enorme precisión. La duda era lógica con respecto a ver cómo se adaptaba a la necesidad de dar, de forma constante, pases "poco ambiciosos", y si podría tener un nivel de actividad sin balón lo suficientemente bueno como para estar en disposición de hacerlo continuamente. Algunas de esas dudas se resolvieron en el partido de París frente al PSG, donde una buena defensa posicional rival le hizo pasar sin pena ni gloria por el choque. Sin embargo, frente a Atlético de Madrid y Deportivo de la Coruña le hemos visto mayor utilidad. En primer lugar, tiene una recepción más cómoda, porque se abre, y recibiendo de Dani Alves su misión es más sencilla: activar a Messi. Ahí el croata está más cómodo porque recibe en zonas menos pobladas y da un pase desde una posición más retrasada con menos riesgo, porque ese envío va hacia fuera. En segundo lugar, las líneas de pase que abren los tres puntas del Barça son diferentes.
Leo Messi, Neymar, y Luis Suárez
Messi y Neymar están pidiendo la pelota casi siempre pegados a la línea de cal. Esto supone que están más alejados de Iniesta o Rakitic de lo que normalmente lo estaban los hombres de la última línea culé, a diferencia de Pedro, que era el elemento de ruptura en el sistema del Barcelona. Es decir, el tipo de pase que se le pide a los interiores del Barça, a día de hoy, es diferente. Entre Iniesta y Rakitic dieron en Riazor 128 pases, cifra a la que se ha acercado de media, por sí mismo, Xavi Hernández en otros tiempos. El motivo probablemente sea que ahora esos interiores son el escalón intermedio a la aceleración, mientras que antes tenían un papel de 'desorganizadores'. Reciben y se la dan a Neymar y Messi, que desde allí conducen y desbordan. Hacia dentro, hacia fuera, o dando un pase definitivo hacia otro futbolista clave en esta evolución: Luis Suárez. El uruguayo se mueve de lujo a lo ancho y largo de la última línea, pero por lo general no hace movimientos de apoyo. No se trata de un jugador fino a la hora de mezclarse en la circulación -y si lo comparamos con Messi, Neymar o Iniesta, queda mucho más retratado-, por lo que está sabiendo hacerse útil con movimientos verticales hacia la posición de 9, o diagonales para ocupar los extremos cuando Messi y Neymar hacen una conducción o movimiento interior. Esto provoca que haya otro punta más que abre una línea de pase más alejada. Es decir, el Barcelona, ahora, trata de acabar la jugada rápido, con tres piezas que hacen movimientos, con y sin balón, muy agresivos.
La calidad del juego
Se relaciona esa etapa de Pep Guardiola con las virtuosas y preciosas combinaciones en las que estaban inmersos muchísimos hombres de ataque. Se relaciona con una conducción de Iniesta, con el peso de Xavi Hernández, con todo eso que pasaba para que Messi terminase mandando el balón a la red una y otra vez. Pero la gran calidad de aquel juego, lo que la hacía realmente diferente, era el enorme nivel del equipo para quedar en disposición de volver a atacar. La labor de los interiores, del Messi falso 9 o de la llegada de Fabregas no solo estaba relacionada con atacar mejor, si no con defender mejor. El Barcelona acumulaba esas cadenas de pase interminables porque desordenaban a su rival, de forma que este no tenía opción de contragolpear. Evidentemente Luis Enrique tiene que sustituir aquello de alguna manera. Por un lado, dejando más gente por detrás de la línea de balón, por otro, abriendo la posición de sus interiores para que el rival no pueda salir, o lanzando muy arriba a Sergio Busquets para que por pura calidad de robo consiga evitar esa transición ofensiva del rival. Que Messi o Neymar reciban abiertos y desde allí machaquen a su rival no puede ser negativo: están activados dos de los futbolistas que mejor desbordan en todo el planeta, pero sí presenta una duda con respecto a lo que hay que hacer para hacerles llegar la pelota en esas condiciones.
Y hay que asumir más riesgos. Por un lado, hay que pasársela más rápido -el bloque está más alejado entre sí-, por otro, están más lejos, y por último, para que ellos hagan la jugada que decida, deben hacer una acción más difícil de ejecutar, por lo que pueden perder el cuero. Frente al Atlético de Madrid, el hecho de que fuesen Koke y Arda Turan los hombres de banda limitó el contragolpe rival, porque le faltó velocidad en los costados. Frente al Deportivo de la Coriña, Ivan Cavaleiro sí tuvo alguna conducción con cierto espacio, aunque posteriormente, entre Busquets y la buena defensa de Mascherano cuando se trata de cruzarse, hicieron que esos ataques fuesen bien repelidos. Sin embargo, la duda evidente es qué ocurrirá cuando se junte velocidad y precisión en este contexto: Cristiano Ronaldo y Bale o Robben y Ribery. O, sin ir más lejos, una contra llevada por Feghouli más Piatti.
En definitiva, no es nada fácil para Luis Enrique llevar al Barcelona a un plan efectivo -en las exigencias marcadas-, y desde luego es casi imposible hacerlo manteniendo el guión de los últimos años, por los motivos ya expuestos. Por un lado, porque la pérdida es, por lógica, más peligrosa, y por otro, porque la configuración de su plantilla, además de un once base con Neymar, Luis Suárez y Messi, no le permite competir viviendo en fases largas de defensa posicional, y la nueva idea no está enfocada a altos porcentajes de posesión. No obstante, potenciar al máximo la determinación de Messi y Neymar es positivo, aunque habrá que ver en los meses clave, los que se avecinan, cómo consigue el técnico asturiano terminar de encajar las piezas para llevar a este Barça a un nivel de competitividad que le permita ganar alguno de los títulos en juego.
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