Courtois ha sentado a uno de los mejores porteros de la última década, y Diego Costa ha tenido uno de los mayores impactos que se recuerdan en un fichaje de las grandes ligas en los últimos años. No hacía falta presentación, y por supuesto, sobra decir que el Atlético de Madrid sabía, de sobra, que la vida sin sus dos grandes estandartes, las dos grandes banderas que le llevaron a conquistar el pasado título liguero y a estar a un tris de ganar la Copa de Europa, iba a ser complicada. La victoria en la Supercopa de España y en el derbi liguero frente al Real Madrid dejaron claro que a nivel de bloque, de espíritu y de planificación táctica, las bases están más que asentadas, pero también es cierto que los de Ancelotti tuvieron tramos bastante largos en cada uno de estos partidos en los que abrieron vías hacia la portería atlética con bastante continuidad, y la derrota en el Pireo frente a Olympiakos dibujó esa cara más oscura en forma de resultado.
Es evidente que Courtois y Diego Costa lo cambian todo. Por un lado, Courtois permitía el primer, segundo y tercer disparo del rival con un alto grado de posibilidad de seguir dejando el cero en su casillero. No es cuestión de asegurar que el disparo de Masuaku hubiera sido detenido por el meta belga, pero la realidad es que ese margen de tiempo que permitía el hoy portero del Chelsea era clave para desarrollar un estilo. El 0-0 hasta cazar el primero y echar el cierre. Ese primero lo ofrecía Diego Costa, estando lejos del área rival, en espacios que el hispanobrasileño activaba con una solvencia tremenda, o sin que los hubiese de forma tan descarada, con su movilidad, caídas a banda y producción constante. Entre Courtois y Diego Costa ponían el crono del lado rojiblanco, porque hacían mucho más cercano ese 1-0 que permitía al conjunto de Simeone desarrollar su plan un día tras otro con tantísima solvencia. No sucedió frente a Olympiakos y era necesario cambiar el guión.
El Atleti empezó perdiendo y tuvo que arriesgar, la perdió más veces de lo normal y el partido no se movió en su línea de control habitual. Eso abre vías al rival, y no está Courtois para hacer milagros. Por otro lado, la ausencia de Diego Costa es decisiva en la forma en la que el rival puede planear su defensa. Por ejemplo, frente a Olympiakos la pareja de centrales fue Botía-Abidal (no estaba Manolas, su gran estandarte para defender espacios abiertos), y aún así a Míchel no le importó lo más mínimo que ambos achicasen de forma descarada para juntarse con Milivojevic-Kasami, los pivotes griegos. Lo hacían en las situaciones de defensa posicional, y solo se clavaban en el área cuando el Atleti encontraba profundidad por banda. Al fin y al cabo, ni Raúl García ni Mandzukic suponían una enorme amenaza atacando esa espalda, y de esta forma los hombres de mayor productividad interior atlética (Arda Turan y Koke) no tenía espacio para jugar entre líneas.
No tiene, a pesar de la relevancia, demasiado sentido acordarse de los que ya no están, y Diego Pablo Simeone ha demostrado ser uno de los entrenadores mejor preparados del continente. La pregunta es qué soluciones hay. A la de Courtois, ninguna. Moyá ha dejado fantásticas sensaciones en este inicio de temporada, y mantenerle aceptando que no será el hombre-milagro que fue el belga es la única realidad. Con respecto a Costa, el problema es que él aglutinaba muchas cosas de las que ha comprado el Atleti en un solo futbolista: la verticalidad de Griezmann o la capacidad para resolver en el área de Mandzukic. Lo interesante ahora mismo, y la gran prueba para Simeone, será conseguir tener el suficiente tacto como para, desde el planteamiento y sin tener que resolver siempre desde la dirección de campo, sepa elegir qué futbolista será el más resolutivo para cada situación: con Cerci, Griezmann y Mandzukic tiene alternativas para poder encontrar su bien más preciado, el 1-0. La cuesta arriba esta vez, cada día, será tener que elegir bien.
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