miércoles, 2 de abril de 2014

Andrés Iniesta de resaca

Esta mañana me he acordado de alguna chica que me ha gustado y que al final, nada de nada. Algo que nos habrá pasado a todos los terrenales. En clase, en el trabajo, en el gimnasio, en el ascensor, en el supermercado, paseando al perro. Los pasos, al menos los míos, porque luego cada uno es como es, han sido los siguientes. Primero la miro y pienso "qué buena está", y me esfuerzo porque parezca que eso es lo último que estoy pensando. Y vuelvo a mirar, porque claro, eso no se puede evitar. Después escucho las cosas que dice, para cuando el misterioso azar tire alguna de sus pertenencias bajo mis pies, sepa qué soltar. Y cuando se da la vuelta, la miro, claro. Y bueno, pues entre mirar intentando que no se note y volver a mirar, busco el pase al hueco que deje la pelota en situación de gol. No se vosotros, pero yo creía que ese uno contra uno frente al portero se daba en las reuniones ociosas de viernes post trabajo, botellones de universidad, reuniones en casas, y un largo etcétera donde el ¡Ron Arehucas!, que diría Pepe Domingo Castaño, hacía acto de presencia. Ahí, al quinto o sexto cubata ves, claramente, la portería más grande. Entonces tiras con todas tus fuerzas y la pelota no entra. Ya depende de la bondad de la chica lo cerca o lejos que pase de la red. Desde una buena amiga que desvía el esférico suavemente para que se estrelle en el palo y se produzca un casi gol fantasma, hasta aquella que con un tajante "contigo no, bicho", te hace mandar el cuero al quinto anfiteatro. El caso es que, en el asiento del taxi que te lleva a tu casa, vuelves aún medio riéndote, pensando que bueno, que por lo menos te lo has quitado de encima. Pero, ¡ay!, el día siguiente. Cuando abres el primer ojo aún hay, y son los mejores, cuatro o cinco segundos en que no sabes si pasó o no pasó, hasta que te incorporas y el dolor de cabeza te dice que sí, que sí pasó. Entonces, después de dos o tres visitas al baño, te sientas en el sofá y piensas: ¿Pero qué coño he hecho?

Ayer escribí un análisis del Barça - Atleti de la Copa de Europa, y he recordado aquella sensación. ¿Para qué coño he hecho yo esto? 

Foto: Mundo Deportivo

Al día siguiente de escribir algo lo repaso. En frío, sobre todo si es un análisis, trato de valorar si es o no tan correcto como me pareció el día anterior. Y hoy, cuando me he levantado, en mi cabeza solo había regates que una vez vi, cuando era niño, entre la Glorieta de los Cármenes y el Parque de San Isidro. El chico que metió el gol más importante de la historia de España destacó por encima de todos, en un partido que fue prácticamente brillante en la ejecución táctica por parte del Atlético de Madrid, en un partido en el que no había sitio, en un duelo que era a cara de perro, donde las piernas rojiblancas no permitían paso para nadie. Y lo hizo de la manera más sencilla que existe cuando hay un balón de por medio: regateando. Como un niño que baja al parque con una bolsa de pelotazos y una pelota bajo el brazo, y cuando ya hay suficientes niños a los que regatear enfrente empieza a girarse y a girarse hasta que se hace de noche. Andrés jugó ayer como es imposible que le enseñase alguien, de la forma que no está escrita en ningún manual. Por eso Simeone, que hizo todo lo que podía hacer contra Andrés, al final no pudo pararle. Lo que hizo ayer Iniesta no responde a la táctica, ni a los espacios, ni a los desmarques, ni a los entrenamientos. Ni siquiera responde a meter o no meter gol. Simplemente responde a jugar, y cuando Iniesta juega así, a veces es mejor no explicar nada. Esta mañana me he visto reflejado en esa magnífica foto de Emilio Morenatti. Como Busquets, mirando embobado, y como Diego, resbalándome por tratar de explicar cosas que es mejor no explicar. 

La próxima vez que una chica me guste mucho, no voy a tratar de pegarle a puerta para marcar gol. Solo voy a dedicarme a jugar. Como Iniesta. 

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